jueves, 24 de noviembre de 2016

El odio equivocado

Y aquí vamos otra vez.
Espero que las ojeras mañana no sean muy grandes.


No sé a quién quiero engañar, si no voy a dormir.
Si abro la boca, porque hablo; si callo, porque no digo nada; si estoy quieta, porque no muevo un dedo; si hago algo, porque me he movido. La cuestión es que todo lo hago, lo digo y lo pienso mal.
Incluso cuando no sé qué he dicho, o qué he hecho, o qué he pensado; porque es la opinión de los demás, que saben mejor que yo si pienso, digo o hago algo, por lo visto.

Joder, es que vuelvo a la maldita espiral cada vez que algo me va mínimamente bien. Cada vez me hundo más dentro de la espiral, joder, joder. Comprendo más y más por qué Nicolò se fue. Por qué lo eligió. Y me daba miedo, antes. Ahora cada vez más comprensión y menos miedo.
Es que todo lo hago mal.
Todo.
A veces, es hasta sentir que existir lo hago mal.
Joder.
Yo sólo quiero algo de tranquilidad.
No creo que sea pedir tanto.

No quiero tener que volver a la consulta a decir lo mucho que odio no poder odiar a gente que se lo gana a pulso. A explicar que me matan los que deberían quererme. Que les quiero por todas las malditas razones equivocadas, y a pesar de saberlo soy incapaz de cambiar lo que siento, de odiarlos un poco.
No quiero, maldita sea.
No.

Me queda la música. Me quedan los auriculares y la música. Evadirme del mundo.
Vuelve la Ley del Silencio a mi casa.

Quiero irme de aquí antes de decidir que quiero seguir los pasos de Nicolò.
Estoy muy cansada. De todo.

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