martes, 23 de diciembre de 2014

Sirenas del paladar

No me gusta el dulce, pero...
Los coquitos y yo tenemos una relación malsana.

Ellos están a la vista, llamándome; y yo me dejo convencer. Y me los como.
Y luego vuelvo a la cocina, y resulta que se han multiplicado. Así que vuelvo a comer. Me voy, determinada a que ya no más, pero al salir... Hay más. Más que antes. Más que todas las veces. Y corean mi nombre, bailan una coreografía, mueven pompones y me ofrecen cariño, todo ello aderezado de perfume a gloria.
Así que cojo uno, sintiéndome culpable. Pero al quinto se me pasa.

Maldita ambrosía del mal; alejáos de mi boca, dulces instrumentos de la corrupción.
(Acomodáos en mi estómago, que seguro que estaréis mejor)


Yummm, coquitos.
Es lo bueno que tiene la navidad, que mi madre compra y compra y compra y compra montones y montones y montones y montones de coquitos. Y yo los devoro (casi todos).

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Cálculos de riñón

Justo hoy, que llego a las 8 a casa y tengo que entregar un trabajo antes de las 11, justo AHORA, el ordenador decide que no arranca. Fiesta.
Y tengo que ir al hospital, y ducharme, y preparar un trabajo para el lunes, y hacer la cena de hoy y preparar la comida de mañana. Justo hoy, que sólo he dormido tres horas. Con dos narices.

Quiero y exijo días de 27 horas.
Y que no sean tan asdfg como hoy. Que parece que sean piedras en el riñón. Menos mal que no llueve, porque es lo único que me falta. Las heridas de guerra ya las tengo.

martes, 2 de diciembre de 2014

Tocar el cielo

Desde hace una temporada, se puede decir que vivo en el monte con mi tía, su novio, dos perros, un gato, seis más asilvestrados y que no se dejan tocar,visitas ocasionales de un jabalí, visitas cada dos días de mi abuelo, y visitados los domingos por mi abuelo, su mujer y unos amigos; y de vez en cuando, amigos nuestros que pasan el fin de semana con nosotros.

Así que, entre paseo por la montaña y recogida de leña para la chimenea, hay partidas de chinchón, chatos de vino, torràs, los mejores macarrones con tomate casero del mundo, migas de harina, curas a las patas del perro grande, empanadas argentinas, fotos al paisaje, chaquetas viejas, dominó, estudio, ganchillo, dibujo y lecturas, tenemos charlas, muchas risas y más charlas. Especialmente si diluvia.

Como el domingo pasado, que estuvimos hablando muchísimo.
Y el resultado es que, a partir del puente de la Purísima, mi tía y yo vamos a decorar la casa de Navidad. No por nosotras, hay un mal recuerdo que no nos hace disfrutar especialmente estas fiestas. Pero por ese recuerdo. Porque hablando y hablando, ella me preguntó si recordaba lo mucho que a mi abuela -su madre- le gustaba decorar todo de Navidad. Y como en mi casa de mi abuela no se habla, aproveché para hacer memoria.
Y acabamos las dos medio llorando y sonriendo. Porque en la sala del hospital estábamos las dos. Hace 17 años, allí estábamos. Y mi abuela nos hizo prometer que ese año, decoraríamos su casa aunque ella estuviera ingresada. Y lo hicimos, y decoramos el cuarto aséptico e impersonal del hospital.


Y aquí estamos. Leyendo temas de Penal para un examen a la vez que hago estrellas de ganchillo para decorar puertas y árbol.
Nunca se pierde un recuerdo. Podremos no llegar a él, no identificarlo en el océano de la mente, pero no nos abandona. Como la esperanza.

En primavera, sembraremos claveles. Como los tuyos, iaia.
Esperanza.
Qué bonito nombre el tuyo.