Machado la convirtió en sus tres heridas, las que como dijo Miguel Hernández, llegó el hombre: "Llegó con tres heridas, la del amor, la de la vida, la de la muerte". Allí vivió, allí tuvo su amor, allí murió su amor y su vida aunque su cuerpo quede en otras tierras. Su alma quedó allí, junto a Leonor, su querida Leonor y el olmo viejo.
Allí suceden las leyendas más hermosas de Bécquer, allí hay mujeres de ojos verdes que se esconden en lagos rodeados de bosques mágicos; por las colinas frente a Santa Ana galopan en la noche en el monte de las Ánimas espectrales figuras; pasean corzas blancas por sus tierras; en Gómara se hizo una promesa; un gnomo se puede presentar ante ti en Moncayo. Allí es donde vive también el rayo de luna más bello de la prosa española.
Y Gerardo Diego, que subió también allí a soñar.
Cómo no hacerlo, si en esos páramos hay de todo. Hay magia, hay memoria, hay vida, hay muerte, hay recuerdo, hay misterio, hay sueño, hay mañanas.
Cuando la niebla baja a cubrir las piedras viejas, cuando el rocío baña el pasto y las zarzas, cuando el agua del Duero canta entre las piedras y cuando calla en sus recovecos más profundos. Baja desde las montañas, desde las lagunas heladas a los cercos y barrancos de nombres sugerentes. Laguna Negra, Laguna Valdehalcones, Barranco del Río Lobos, Cerro de los Ciervos, la Muela... Y las torres, las atalayas que la salpican como lunares en una piel verde; lunares de piedra blanca al anochecer y piedra incendiada al salir del sol sobre un lienzo dorado en verano, verde en primavera, blanco en invierno.
Peñalcázar, Peña Gorda, Peña
Rajada, Taina
de la Tía Remedios, Corral del Eleuterio, Blasconuño, Venta
de Piedras Blancas, Villalospardo, Montenegro de Cameros con su Peña Negra y Montenegro de Ágred, que tiene otra, escondida. Cascajosa,
Casillas, Muriel, Muro, Paredesrroyas, Nomparedes, Tapiela, Tejadillo. Y los que me dejo.
Que alguien diga que no se puede paladear el paso de los años ni las vidas que sus piedras han vivido. Y las que les quedan.
Que alguien diga que no se puede paladear el paso de los años ni las vidas que sus piedras han vivido. Y las que les quedan.
Ya lo escribí en otra entrada, íntima, como decía el título de la misma.
Dijo Gerardo Diego "Poetas andaluces que soñasteis en Soria un sueño dilatado; tú, Bécquer, y tú, Antonio, buen Antonio Machado, que aquí al amor naciste y estrenaste las cruces del dolor, de la muerte... Desde el cántabro mar, también, como vosotros, subí a Soria a soñar".
Yo subo cada verano.
Cada verano me enamora más.
Soria de tranquilidad, droga poética. Si no voy a ti, se me mueve algo por dentro, una inquietud, un malestar. Se me va el sueño y el hambre, dejo de maullar al viento, de enseñarle los dientes al enemigo, de andar contracorriente. Eres mi opio, mi veneno. No ir a ti, es no ir a mí misma.Yo dije eso y jamás dije palabras tan ciertas. Soria es algo que me late en las venas, que me permite cerrar los ojos y dormir tranquila. Que me permite correr, día tras día, por los tejados de mi imaginación, rozando el cielo.
Ya lo dije, me reitero. Como Machado y Gerardo Diego, siempre ha ti he de volver, Castilla. Soria verde y medio dormida. Medio dormida vives y medio dormida me matas cada año. Y como todos los años, Soria sempiterna durmiente, te digo que voy a volver. Por siempre y un poco más.
Lo dijo Machado:
"Allá en las tierras altas,
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros
y manchas de raídos encinares,
mi corazón está vagando en sueños" Cada vez que alguien llega a soñar en tus tierras, a comprender la magia que encierras, me enamoro más de tus venas de piedra y hierba.
Soria, la bien cantada, ciudad de poetas.
Soria pura.
Gracias por acogerme en tus sueños sin final.
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