Mañana regreso, a la nieve, al blanco, al frío y al invierno.
Con otra lengua, con otro ritmo de vida.
Con más comida en la maleta, y un gorro de pingüino.
Con la ilusión de haber visto a mi gente, a la de verdad, a la que echaba tanto en falta. Y eso, que sólo los he visto dos días.
No sabía que los gatos podían llorar.
Pero lloré, ¡mi primeras fallas de lloros! Pero es que la ocasión lo merecía, y la emoción, por una vez, me pudo. Que soy una insensible, pero hasta cierto punto.
Y ahora, regreso al norte. A mis tierras de adoquines, mitos, nieve, bufandas de colores, y gente de todos los lugares. Con la maleta llena de comida, de chucherías y más música en el iPod. Banda sonora personalizada.
También me llevo la muñeca otra vez a medio abrir. Al final, tendrán razón los demás, tendré que ir al médico y hacérmelo mirar. Hacía tiempo que no se me abría tantas veces en una semana. Pero, diantres, de viernes a lunes noche, van tres veces. Tres.
Y a la tercera no va la vencida. Aún tiene que abrirse, cerrarse y volverse a abrir. Que me conozco ya la vieja lesión.
Marcas de Guerra Vieja. Au, Legión, gloria; Santiago y cierra, España. Y tal.
Al ataque.
Los lobos avanzan, si sigo a este ritmo, empezaré a conocer -al fin- a Swallow, mi pequeño aprendiz de ladrón; a Azur, sacerdotisa de Madre Noche; a Kazoole, Señora de las Lechuzas; y a Kuon y sus inseparables -es lo que tiene ser bicéfalo- Aucaman y Scaevola. Menuda tropa más rara.
Me voy con Heath Ledger-Casanova-Joker.
A ver si me convierto en una Harley Quinn.
Y me voy a Italia otra vez, a perderme con Corto por sus calles de adoquín.
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