Qué triste tener que ser un gato solitario por la fuerza.
Porque si socializas te hacen daño. O "haces daño", y te enteras tras toda tu vida, entre gritos y una cena que se atraviesa en el estómago.
Qué triste tener que encerrarse en un cuarto para llorar, maldecir entre dientes y escuchar NIN hasta que los oídos sangren. Qué triste que ni siquiera se esfuercen en asomarse por la puerta para decir "¿Estás bien?" o "Lo siento". De acuerdo, no aspiro a que digan eso.
Nunca lo he esperado.
Pero sí me gustaría comprensión en esta casa de locos.
Soy un gato de Chesire. Chesire, en "Alice in Wonderland" dice que todos estamos locos. Y yo, ahora, estoy en el Palacio de Corazones, junto a una Reina y un Rey más locos que el Sombrerero, la Liebre y el Lirón. Soy la única cuerda en esta casa de locos.
Sólo quería un poquito de comprensión. Se supone que me entienden y me quieren. O que deben intentarlo.
Se supone que no deberían hundirme. Ni hacer que relea una y otra vez la vida del psicópata más odiado de América ni el personaje basado en él. Porque a este paso, me sabré de memoria cada página del Silencio de los Corderos y toda la saga. Películas incluidas.
Y esto, realmente no es lo malo.
La rabia.
Eso es lo que me da miedo.
La rabia. Cuando es rabia ardiente, me da igual. No tengo problemas, sé manejarla. Manejarme inundada de fuego furioso. Sé detenerme, morderme la lengua, no cometer ninguna estupidez, ignorar lo que me ha encendido. El problema es la otra rabia. La fría.
Helada como el hielo, que me hace sangrar por dentro y viene acompañada de un dolor sordo, como de shock. Rabia fría, dolorosa y persistente. Que se enquista en el estómago y la garganta, que mengua autoestima y autocontrol, que se apodera de mi mente como un torrente helado. Soy rencorosa. No es ningún misterio, y no me avergüenza reconocerlo. Soy rencorosa, eso es así igual que la Tierra gira alrededor del Sol. Pero me da miedo que ese rencor venga precedido de fría rabia, de enfurecimiento feroz, desgarrador. De ese que se dedica a golpear cual vikingo con un mazo los muros de mi mente para hacerse con el control. Sé contenerlo, creo. Pero el truco para tenerlo a raya no siempre funciona bien. No siempre mirar al infinito y escuchar la BSO de The Crow me detiene. Y entonces empiezo a morderme los labios, o a llorar como si no hubiese mañana. Como segunda barrera.
La tercera barrera, en realidad, no existe. Es un páramo vacío y desolado en mi mente, en el que el aire es abrasador y lacerante, el suelo es duro y seco, cuarteado. No hay árboles, ni montañas en el horizonte. Ni arbustos rodantes, hierbajos, ni signos de agua seca. Sólo hay tierra y más tierra, abrasada por la brisa ardiente, salpicada de alguna osamenta de buitre.
Cuando la rabia llega a esa barrera, sólo hay dos caminos.
La furia amarga que me domina y me hace actuar de manera que me arrepienta... O la risa amarga que me mata un poco por dentro. Que me hace un poco más cínica y sarcástica.
Como si no fuera ya de por sí lo suficiente.
Para distraerme, he tenido que ponerme los auriculares, guardar las zarpas y la sed de sangre. Cantar "Dead Souls" a media voz, mientras escribía en un word trozos de conversaciones. Sé que aparecerán en la vida de Kuon, ese idiota acompañado de un dragoncillo bicéfalo borrachín. Cierto, todavía tengo que empezar a escribir de verdad la historia. Pero está definida, en unos treinta post-its, más o menos.
Ahora hay más, después de abandonar el tecleo, el relevo ha sido el boli. Unos treinta y cinco.
A funcionado.
La rabia poco a poco se diluye, la música se la lleva como si retirara de mi cabeza una tela de araña.
Diseñar a Kazoole, Señora de las Lechuzas, también ayuda. Es obligar a la mente a vaciarse, a hacer un reseteo de seguridad de las últimas horas. Si no, no es fácil imaginarse a alguien cuyo pelo en realidad son plumas.
Casi me siento agradecida. Está quedando un diseño bueno.
Y conversaciones medio potables.
¿Duele? Sí. Pero no pienso complicarme más esta noche. No. Voy a maullarle a la luna, pero no serán tristezas, rabias ni dolores. Voy a construir un ego más fuerte, más resistente (ojo, no más grande. Más duradero). Voy a blindar mi mente, a grabar en las paredes de mi cerebro los principios por los que me rijo.
Y es que, como dijo Abraham Lincoln "Recuerda siempre que tu propia resolución de triunfar es más importante que cualquier otra cosa".
Yo voy a triunfar. Es una lucha contra mí misma. Y pienso vencerme. Pienso saber dominarme, vencer al veneno de la rabia fría, y sobreponerme a cada grito, cada pelea.
Voy a vencer, porque las esfinges son en realidad, guerreras.
Y yo soy una esfinge que no tiene nada que perder.
-¿Por qué sigues soportando a ese... a esos...?
-A esos. Son dos en uno, Kazoole.
-Son el mismo borracho con dos cabezas.
Se encogió de hombros, pasando la mano por la barba sin afeitar. La Señora hizo una mueca en la que sus grandes ojos oscuros parecieron asqueados. Él sonrió.
-¿No pretenderías que me afeitara en el camino?
-Te criaron para ser un caballero.
-Y lo soy. Pero uno polvoriento, que ama más cabalgar sólo que asistir a justas y torneos. Señora, no pongáis esa cara.
-Cada día te pareces más a ese dragón borracho.
-Son buenos chicos, aunque beban tanto.
Kazoole se rió, un sonido parecido al ulular de sus lechuzas.
-¿Por qué les tienes tanto apego? Si no viajaras con ellos, podrías encontrar algo mejor para ti. Incluso una futura acólita de las Hermanas Nocturnas podría ser tu mujer... si quisieras.
-Lo has pensado mucho, ¿verdad?- el hombre movió la cabeza, negando con suavidad.- No, Kazoole. Sabes que, por mucho que me muerda la boca, no creo en el culto de las Hermanas, ni en el del Hijo Luminoso. Vivo con ese par de alcohólicos porque son gatos callejeros como yo. Y la única mujer que puedo querer tiene cara de ave rapaz y plumas en el pelo.
La Señora ululó, enrojeciendo. Kuon sonrió, señalando hacia el patio exterior.
-Creo que la noche ha caido, Señora. Deberías llamar a tus Lechuzas y decirles que tengan cuidado. Cuando están así de bebidos son impredecibles.
-¿Piensas que hay peli...?
Una llamarada ascendió más allá del techo de la casa, seguida de hipidos y risas nerviosas. Las lechuzas del granero ulularon, nerviosas. El hombre se encogió de hombros.
-Oh, es un dragón de dos cabezas borracho. Claro que hay peligro.
No hay reto ni obstáculo que vaya a poderme.
Ese es el espíritu. Casi parece la determinación de Kuon.
Ese es un muerto de hambre. Pero también es el niño de tus ojos.
Cierto. Él, y los lobos.
Mis niños y mis amores.
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