sábado, 30 de junio de 2012

Báisteach agus cait

Lluvia.
Lluvia refrescante, húmeda, fría, cálida, mojada, que abraza, que acaricia, que besa, que rodea, que suspira, que respira, que envuelve, que hace que el aire sea menos opresivo.
Que hace que desplegue las alas. Que maúlle con fuerza a una luna a la que alguien -¿Un Varcolaci, quizá?- ha mordido.
Parece una manzana a medio devorar. Una sonrisa en el cielo añil negruzco, blanca casi como el marfil. Tiene el rastro amarillento del tiempo en las viejas fotografías.
Cierro los ojos, a pesar del calor, noto la lluvia.
La noto con fuerza, porque hace demasiado que la esperaba. Una lluvia que anega la tierra reseca, yerma, al borde de las últimas fuerzas de la resistencia. Una lluvia que hace rebrotar el verde en mi cabeza. El verde, y más verdes, todos distintos verdes. Y pequeños puntos de color. Agua lluvia, azul lilas, rojo claveles, amarillo tulipanes, naranja rosas, rosas orquídeas, blanco calas. Esmeralda hiedra, trasparente escarcha, violeta campanillas, morado margarita, amarillo gemista. Pálido cicuta, púrpura luparia, ocre beleño negro, sangrienta amapola, rojizo acebo, dorada tuera. Rosada adelfa, pálido amarillo ajenjo, cristal rocío.
Llueve.
Lluvia fría e incesante, lluvia que se buscaba.
Lluvia que cae, incesante, de negras nubes con algún rayo solitario.
El aire se relaja, se calma la sequía.
Desde mi pedestal de piedra, en algún templo perdido en un desierto que hace tiempo fue pradera, veo como las plantas brotan, como las aves cantan, como los animales regresan.
Rugen leones, tigres, servales, panteras, jaguares, leopardos, guepardos, linces, irbis, nebulosas, pumas, caracal, ocelotes.
Se escuchan osos, canciones de lobo, susurro de zorros, llamada de nutrias, de comadreja, tejón, gato montés, jabalí, gineta, ciervos, alces, caballos salvajes, liebres, antílopes, jirafas, algún elefante.
La lluvia ha transformado el páramo drenado en un vergel que crece. Un bastión de naturaleza, de espíritu indómito, salvaje, libre como el viento.
Es el último piso de la torre de Babel.
Ha pasado tiempo desde que mis ojos vieron este espectáculo. Sonrío, muestro los afilados dientes de gato. Sacudo el polvo y las rocas de mi pelaje, extiendo las garras, rechinan sobre la piedra. Cada gota de esta lluvia de vida es una pluma que besa mi cuerpo. Rujo, por encima de todo y todos.
Es un despertar nuevo.
Casi hiberno.
Pero la lluvia ha vuelto a despertar el paisaje que guarda la Esfinge.
La lluvia que cae en mi cabeza, trayendo fuerzas nuevas. Cada nuevo brote es una nueva gota de sangre en mis venas. Un nuevo principio en mi libro de secretos y enigmas. Un nuevo parpadeo, una nueva toma de aire.
Sé que nada de lo que veo, de lo que estoy describiendo es real. Es sólo un sueño. Una imaginación más.
Pero es real, en mi cabeza loca, en mis ojos cerrados, en mi sonrisa calmada.
Noto el olor a tierra húmeda, el perfume de las flores y el almizcle animal. Mi cuerpo tiembla con cada rayo y cada trueno, vibra con cada una de las gotas de lluvia que le tocan. Como si creara música.
Rujo, porque soy la Esfinge, la guardiana de la tierra de Babel, que renace alrededor de mi pedestal invadido de enredaderas y salpicado de flores de colores. Palominos, dedalera, crisantemos, lirios, girasoles, iris, anémonas, fresias, gladiolos, peónias, pensamientos, dondiegos, calas, petúnias, dientes de león, aves del paraíso, dalías, azahar, lirios, tréboles, scaevolas. Y la tierra me contesta, estremeciéndome. Es una sonrisa enorme bajo la lluvia fresca.
Es un sueño, una visión que se hace real tras mis ojos cerrados. Tan real, que las sábanas tienen tacto de césped y hierba suave, que escucho en el gemido del viento el susurro de los juncos al borde de un riachuelo que tintinea. Que puedo contar las hormigas que recorren el tronco de un olmo anciano, gris y reseco, que poco a poco renace.
Mi nariz capta cada olor. Mis oídos, cada sonido. Mi tacto, la lluvia, las flores, la hierba, la piedra de mi pedestal.
Mis ojos cerrados lo abarcan todo.
La lluvia a vuelto a mi cabeza. Sonrío. Sonrío, porque esperaba que volviese.
Es signo de tiempos mejores. De tiempos buenos.
No soy supersticiosa. Soy un gato de colores que se esconde por capricho entre gatos negros. Es donde más cómoda me encuentro.
Pero leo los signos, y mi intuición no suele fallarme. Esto es lluvia buena, lluvia vida constructora, no  lluvia muerte que arrasa. Es dulce que calla el amargor, salado que apaga el sinsabor. Es agua que calma la sed.
Lluvia. Lluvia que esperaba desde hacía tiempo.
La Esfinge ha despertado en el último piso de la torre de Babel, en su vergel particular, lleno de ruinas a explorar, pueblos con casas de piedra, y aires de libertad. Donde cada brisa es una canción, el silencio un amigo y la soledad viene acompañada de miradas compañeras.
Donde, aunque esté sola, siempre está con alguien.
La lluvia lo trae. Vuelve la imaginación, la fuerza, las ganas de seguir adelante, la determinación, el valor, la locura de arriesgar para ganar, el orgullo de nunca rendirse, la pasión por conseguir el objetivo, el desatino de olvidarse del mundo que juzga para ser libre como el águila, como el halcón, la lechuza. Para ser señor del bosque como el lobo, o rey de las nieves como el irbis. La lluvia lo trae.
El valor de no tener miedo. De vencer cada temor y cada obstáculo.
De levantarse de cada herida con una sonrisa, contar las cicatrices y recordar cada historia. Siguiendo adelante.
Todo eso regresa a mí, y es gracioso. Todos pueden ver el cambio, pero nadie lo ve de verdad. Nadie ve este paraíso crecer sobre el desierto muerto que rodeaba a una Esfinge cubierta de rocas. Nadie lo ve. Pero sí ven que hay un brillo nuevo en los ojos de miel, que la sonrisa es un poco mayor que ayer. No lo saben.
Pero dentro de mi cabeza, hay lluvia. Lluvia que limpia, que refresca, que hace crecer la vida otra vez. No habrá arco iris. Pero sí rayos de sol confundiéndose con los de la luna, guiños de estrellas y amenaza de nubes negras cuando las blancas dibujen formas caprichosas en el tejado azul.
Yo me tumbo boca arriba, extendidas las alas sobre el césped, las garras dibujando sobre las nubes en el cielo líneas al azar. Moviendo la cola de un lado a otro, ronroneante, con una sonrisa en los labios.
Eso es esta lluvia.


Un amigo acaba de decirme que soy más felino que humana.
Y todo, porque me he hecho un lío con el ovillo de lana para hacer una pulsera, me he cubierto de hebras de la cabeza a los pies.
Nos hemos reído, hemos llorado de la risa.
No sabe cuánta razón ha tenido.




...Miau.
Purrrr, purrrr. Quizá sí soy un gato.




Los gatos son misteriosos; pasa más por su mente de lo que nunca podríamos imaginarnos. (Walter Scott)


Si hubiera que elegir un sonido universal para la paz, votaría por el ronroneo. (B. L. Diamond)


El más pequeño gato es una obra de arte. (Leonardo Da Vinci)

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