domingo, 10 de marzo de 2013

Piove...

Llueve.
Por lo general, me gusta la lluvia. Me hace pensar. Es un momento de reflexión, de calma. De mirarme por dentro.
Pero llueve, y en realidad, los truenos fuertes me dan miedo.
Me hacen encogerme, aovillarme. Me vuelven pequeña, una niña pequeña asustada de nada, pero asustada.
Llueve.
Todavía no truena, pero tengo el presentimiento de que tronará. El cielo está lo suficientemente encapotado, tan gris y negro como siempre que truena. Así que, sola como estoy ahora, me aovillo, intranquila.
Llegará el miedo.
Por ahora, me dedico a pensar.
A pensar que el martes regreso a casa, y por una parte no quiero marchar.
Me quiero quedar aquí. Me gusta este lugar. Mucho. Me siento cómoda aquí.
Me quiero ir.
Regresar, ver a los míos. Estrechar a mi hermana, muy fuerte, hasta que los huesos nos crujan, y no soltarla jamás, quedarme abrazada a ella, si no para siempre, sí por mucho tiempo. Hasta que se me agarroten los músculos.
Quiero ver la playa otra vez, la montaña de casa. Asomarme al balcón y ver la muralla del castillo.
Pero quiero quedarme aquí, y ver la nieve cada invierno.




Llueve. La sensación es más fuerte.
Tronará, seguro.
Así que me voy a por una manta, a taparme.
Si me escondo bajo una manta, aunque tenga miedo, no me alcanzará el trueno.
No podrá.
No.

Claro que no. Las sábanas son mi San Jorge.
Y los truenos, un mal que pasará.


Llueve mucho.

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