sábado, 5 de mayo de 2012

Admhaím mé (confessione)

Miedos de gatos estúpidos que calman seres escamosos a las 3 y media de la mañana.

Cada vez me ilusiona más que llegue y pase el verano. Significa un nuevo comienzo, significa que caminaré bajo el mismo cielo pero en tierra diferente.
Me viene a la cabeza una frase de Abraham Lincoln: "Lo que cuenta al final no son los años de tu vida, sino la vida de tus años". Algo me dice en las entrañas que el año que viene será demasiado corto para lo mucho que se llenará.
Sola, en el extranjero. Sola, sin nadie sobre quien acurrucarme para ronronear feliz de estar entre amigos. Tendré que hacer de tripas corazón, y al final acabaré con pocas tripas.
Le tengo muchas ganas.


Y miedo.
Porque aunque sea arisca -es mi naturaleza felina- me gusta estar rodeada de gente. De mi gente. Y el año que viene estarán tan lejos. A más de 1.400 kilómetros.
Más de 1.400 kilómetros. Se dice pronto.
Dice mi tutor que lloraré. Cuéntame algo que no sepa.
En realidad, lo ha hecho. Me ha aclarado muchas cosas, y me ha calmado gran parte de los nervios. En parte ayuda que un buen amigo de siempre vaya a la ciudad de al lado. Nos veremos los fines de semana y tal. Pero no es lo mismo.
Sufriré la distancia, lo sé. Pero mi tutor -que alguien lo alabe- me ha mandado un correo con frases para mantenerme algo cuerda (Espera... ¿eso es posible? Quiero decir... ¡mírame, soy una esfinge! ¡de tantas adivinanzas tengo que estar loca a la fuerza!) y entre ellas, hay tres magníficas.

Una es de Kahlil Gibran (filósofo): "Del sufrimiento han surgido las almas más fuertes, los carácteres más sólidos están plagados de cicatrices."

Otra, de Ralph Waldo Emerson: "Para aprender las lecciones importantes de la vida uno debe vencer al miedo cada día."

La última, de Anthony Brandt, es sin duda la que más me ha marcado. Porque es algo que pienso desde hace muchos años: "Muchas cosas cambian en la vida, pero uno comienza y acaba en la familia."


Quiero ampliar mi familia.
No la familia de sangre, y no esa pequeña y estúpida familia que me sostiene para que ronronee a gusto y que aguanta mis paparruchadas.
Quiero ampliar la familia que me conforma, que me caracteriza, que influye en mi carácter. Que lime asperezas de mí, y que afile otras nuevas. Que me cambie por completo y me permita seguir siendo yo. Quiero sangre nueva en la familia que me mantiene en el mundo.
Las familias privadas (la sanguínea y los aventureros de Karan) son perfectas tal y como están. Cambiarán algún día, pero sólo pueden ir a mejor.
Y yo quiero comenzar a mejorar la que más pobre está: las amistades de universidad, de salir de fiesta, de confiar, de reír y de cotillear. Esas que sabes que haces y que tendrás, y que vivirán contigo porque las recordarás. No son la misma que la familia karaniense: ellos son en gran medida, yo. Esta nueva familia sería algo que atesorar, pero no yo.
Y le tengo ganas.
Ganas, porque quiero ampliar mis fronteras. Quiero hablar extranjero sobre suelo extranjero, bajo nubes blancas y de tormenta.
Quiero regresar después de todo un año con cicatrices en el alma que me hagan más fuerte, con sonrisas más auténticas y más sabia.


Y quizá, con algo más de cariño para dar, no ser tan arisca cuando alguien pretende acariciarme el lomo. Aprender a no bufar al mundo porque le apetezca escucharme maullar.








Tengo ganas y miedo a partes iguales.
Pero sé que lo disfrutaré, por una o por otra cosa.
Y que les echaré mucho en falta. A todos.
Sobretodo a mi dragona, que es mi Athos; y a mi dama, que es mi Milady.



Me siento como una joven mezcla de Aramis y D'Artagnan.
Escritora perdida en el mundo, con veintiún años fuera de casa y de la ciudad, dispuesta a correr aventuras.
Pero yo me dejo a mis Mosqueteras atrás. Menos mal que existen las redes sociales.



Pero no decaeré.
Volveré más fuerte de la experiencia. Al fin y al cabo, como dicen Aucaman y Scaevola (mi pequeño, borrachuzo y bicéfalo dragoncillo azul eléctrico) en una de mis historias inacabadas (El pobre Kuon debería ser retomado, lo dejé amnésico y discutiendo con las dos cabezas ebrias por completo):




El mayor valiente es quien mira a los ojos al miedo y no se arrodilla ante él.
A veces, me pongo filosófica y digo cosas coherentes.
O si no, lo dicen Aucaman y Scaevola, aferrados al aguardiente.


Tengo miedo, sí. Pero lo superaré y seré más fuerte.
Por el cuento que conformamos, entre mi dragona, mi dama y la gata que dormita frente a la chimenea.

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