Hay canciones que obligatoriamente requieren alcohol.
También hay otras que impiden que mate a alguien.
El silencio es capaz de hacerme llorar, con dolor, sin motivos. O con todos los motivos posibles.
La lluvia hace que duerma bien.
Tenía miedo a los truenos, me aprendí un teléfono sólo por saber que alguien en el edificio frente a mí me calmaría. Gracias, Lagar. Luego, sin teléfono, hubo quien me quitó el miedo y ahora las tormentas fuertes huelen un poco a grappa y un poco a aventura.
Que mi sentido del humor tiene bruscos virajes, del inteligente al absurdo, al negro, al sarcástico perdido. No soy borde con mala intención, es un don natural. Intento arreglarlo, pero suele ser signo de que te tengo confianza. No desesperes por ello.
Si no duermo enroscada no descanso. Pero no puedes tocarme a menos que sea yo quien se acurruque. O a no ser que estés abrazándome de antes.
Puede que nunca te deje abrazarme en el sofá, que te gruña y sea como un gato arisco, sacándote las uñas. Puede que, al contrario, no puedas evitar que te toque siempre, aunque sea un roce leve para notar que estás ahí.
No conseguirás quitarme mi anillo del dedo, ni el caballo ni la meiga del cuello. No lo intentes.
Podrás mordisquearme los pendientes de las orejas, jugar a dibujar constelaciones con las pecas. Y puede que te lleves un mordisco a cambio.
Tendrías que soportar que esté tan quieta y calmada como una roca en la playa soportando las olas segundo a segundo, y que de pronto salte y tenga un brote hiperactivo; que me levante y baile cantando a voz en grito porque suena una canción que me gusta, quizá sólo en mi cabeza. Que me levante con ganas de hacer 15 km de senderismo por la montaña, o que no puedas levantarme del suelo frío en el que me haya tirado.
No me verás comer puré, pero no tendré problemas en probar ningún plato. No me des berenjena. No me quites el chocolate. Acaríciame el pelo y la espalda.
No me hables si tengo los ojos cerrados, estoy escuchando el recuerdo del bosque y del mar.
No me intentes quitar el Mediterráneo.
Llévame a ver el océano. Y a correr por las montañas, a descubrir caminos.
Explícame lo que sabes sobre las obras que hay en el museo o en la catedral, que yo te llevo a ver castillos y a luchar junto a dragones. No seas un príncipe de brillante armadura, que esos son unos cobardes que nunca han montado a caballo ni han peleado. Sé el caballero negro con el escudo abollado y la espada mellada. Mejor sin blasón que con. No ocultes las cicatrices.
No me traigas rosas rojas.
Te daré semillas de claveles, para que los plantes y crezcan al sol.
Tengo el fuego y la traca dentro. No te asustes si me ves brillar de emoción ante un estruendo de pólvora y te digo que es la mascletà más bonita que he visto y oído, todas, cada una de las que vea. Y no esperes que diga lo que siento en voz alta, aprende a ser un sacacorchos. Nunca traicionaré tu confianza.
Dime que te gusta el té, pero que amas el olor del café. Me dará igual que lo tomes con azúcar, yo me quedaré lo amargo. No te pediré la luna, pero me quemaré al sol contigo. Y aunque no me guste el tacto de la crema, te cubriré con ella la espalda.
No me lleves en verano a las playas turísticas. No me lleves en invierno al centro comercial.
Dime que te gustan los gatos. Los perros. Los pájaros. Que quieres tener a mi futuro Roald y a Blaidd. Porque todos mis perros, los míos, se llamarán Blaidd. Los gatos, ya veremos. Asume que tendré, y que jugarás con ellos.
Te tiene que gustar, encantar leer. Que los domingos son de peli y sofá. O peli y cama. O sólo cama.
Que no siempre voy a querer salir de fiesta, pero que te puedo recitar todas las canciones de las verbenas. Y que voy a festivales de heavy metal.
Que voy a aprender más idiomas, que tres se me quedan cortos. Cuatro, si contamos el segundo de mi tierra. Que mis hijos si los tengo, tendrán nombres célticos, o nórdicos. Que soy un culo inquieto y que voy a viajar todo lo que pueda, a donde sea. Cuando sea.
Que si me llamas estaré a tu lado.
Que nunca te pediré imposibles que no esté dispuesta a conseguir en persona primero. Que me gusta el Rey León y que si tienes el pelo largo te haré trencitas.
Asume que no hay muchas constantes que sirvan de referencia conmigo. Pero que aunque el mapa esté en blanco, puedes hacer tu propia carta náutica. Que la estrella polar quizá no es mi estrella guía. Que no lloro en público por cosas muy fuertes, pero el final de una película me puede deshacer en llanto. Que tendrás que ver a través de mi sonrisa que estoy enferma. Que no te mentiré si me preguntas "¿Estás bien?". Que si no me avisas antes, no sé lo que significa la palabra disimulo. Que vergüenza tengo poca, y a ratos. Que no suelo estar muy bien de la cabeza, llámame infantil, llámame loca. No encontrarás a alguien tan responsable en el fondo. Que si mi habitación es un caos, yo sé dónde está todo; y el resto de la casa parece salido de un catálogo.
Dime que con todo, no te importará pasar la aspiradora, porque yo lo odio. Que me regalarás peluches de pingüinos y que no te quejarás cuando yo señale una corbata fea, porque me encantan. Que estoy hecha de pinos y viento salado. Dime que tú serás el faro pero no un cabo que me ate al puerto.
Dime que vives bajo la Jolly Roger, pero que montas a caballo como si fueses un mounty y que guardas el orden como si te fuese la vida en ello.
Y que aunque nada de esto tiene sentido, que lo has entendido.
Que hay gatos de tinta china.
Que hay lobos que cantan.
Que hay leones que dibujar, y que el penacho de sus colas sirve para jugar.
Que tienes mucha música que descubrir.
Todo esto soy yo. Como resumen.
Acostúmbrate.
Aunque me lo diga a mí misma.
Cosas que no tienen nada que ver, pero tenía que decir.
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