Pues parece que, en casa, el huracán poco a poco pasa a ser tormenta. A pasos desiguales, pero pierde fuerza.
Hay momentos que me recuerdan a la adivinanza. Un hombre entra en un bar, y pide un vaso de agua. El camarero sonríe, saca una escopeta y le dispara, pero falla. El hombre le da las gracias, le paga la consumición y se marcha.
Es de locos, ¿no? Aunque en realidad, tiene todo el sentido del mundo.
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