miércoles, 12 de septiembre de 2012

Una mancha de tinta en la maleta

Sobre la línea de la ciudad...

...gatos callejeros de tinta china.





Esa es la filosofía.
Personal. Intransferible. Única. Enrevesada a veces. Sencilla otras. En momentos, difícil de seguir. En otros, lo más natural. Básica. Especial. Civilizada. Salvaje. Fe. Curiosidad. Crítica. Hipotética. Máscara veneciana. Transparente como el agua. Opaca. Sólida como el acero. Líquida. Candente. Glaciar.
No se esconde. Jamás lo ha hecho. No lo hará.
A veces, parece que no está. Pero siempre está ahí. En mi ropa, en mi piel. En la punta de las pestañas, en la raíz de las uñas. En las yemas de los dedos y la palma de las manos. En el brillo del cabello y la luz de los ojos. En la sonrisa y en las lágrimas. En las heridas al caer y las tiritas al levantarse.
Sólo la entiendo yo.
Y eso, aunque suene solitario, está bien.
Hace sentirse bien.
Todos, por muy sociales que seamos, por mucho que ansiemos y necesitemos rodearnos de gente, de amigos, familia, conocidos, enemigos (que también son necesarios), de desconocidos anónimos que pasean por nuestro lado en la acera... por mucho que lo necesitemos, siempre, siempre necesitamos más todavía un rincón único y solitario en nuestra mente que sea sólo nuestro. Podemos enseñárselo al mundo, mostrárselo a aquellos con los que tratamos. Podemos demostrar cómo lo creamos, cómo lo desarrollamos, cómo lo perfeccionamos según los pasos del camino, siempre sobre la misma base inamovible. Cómo lo adoptamos y abrazamos, cómo lo fundimos en nuestra piel y cómo lo vivimos.
Podemos mostrar esa isla nuestra y sólo nuestra al mundo, porque sus fronteras sólo sabemos traspasarlas nosotros.

Ahora que me marcho, que me voy lejos de verdad, que hay que cambiar de país para verme, a una amiga se le ha ocurrido decirme que por qué son de tinta china los gatos.
Pues ese es mi secreto, el misterio de mi filosofía. Lo que tengo que descubrir para saber por qué viven sobre la línea de la ciudad. O por qué son callejeros. O por qué son gatos, y no... periquitos, por ejemplo.
Esa es mi isla, la que comprendo y desconozco.
La que todos tenemos, encerrada en una frase o un objeto que sólo es especial para cada uno.

Y mientras estoy haciendo maletas, me da por sonreír como una idiota.
Acabo de darme cuenta: mi sombra también es un gato de tinta china, oscura, sobre la línea de los edificios.



Sobre la línea de la ciudad, gatos callejeros de tinta china.
De los que no se diluyen en cada charco.




Mañana, avión, maletas, saludos italianos y pasta.
¡Tierra de expresso, pizza, mozzarella y máscaras!

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