domingo, 15 de julio de 2012

Procrastinación de verano (III)

Qué calor. Agh.
Me deshidrato.
Amo las bufandas largas de punto, los gorros con orejeras, los sombreros de fieltro, los chaquetones, los guantes, los calcetines hasta la rodilla y que el aliento se escarche nada más escapar de mi boca.
Soy un animal feliz en invierno.
Y aunque me gusta el verano... ¡quiero el frío! Hace demasiado calor como para pensar, moverme o hacer cualquier cosa que no sea divagar.




No me gustan las bodas.
Ni siquiera las de mi familia. ¡Por favor, si ni siquiera sé quién diablos se casa!


Pero ahí estaremos, el fin de semana. Todo el día.
Desde las 12 que empieza la ceremonia, hasta las 8 que empieza la cena.
Espero que al menos vaya alguno de mis primos. Por aquello de no querer convertirme en americana loca. Protagonizar algo estilo "Abierto hasta el amanecer" (¿cómo puedo amar tanto el tatuaje de Seth en esa película, señores?) con los invitados. Yo con pistola, ellos bichos colmilludos que la palman como moscas.
Luego me sentaría en un sillón giratorio, acariciando a mi gato blanco de angora, y sería como el Dr. Mad.
Con sonrisa de oreja a oreja.
Agh, no me gustan nada las bodas.


¿Por qué diablos hoy me he levantado pensando en la maldita reunión bodorril del sábado que viene?
¿Y por qué desde que he abierto los ojos sólo pienso en anuncios viejos?


"Nieve, curvas imposibles y una obra sin razón..."
Jabones, una vaca sorda y carteles sin comprensión.





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