"No molestes a mis círculos" como frase final de la vida.
Aún me estoy quitando látex y pegamento de los dedos y las orejas. Aún me queda algo de pintura blanca dentro de las orejas.
Esa sangre comestible con sabor a grosellas era magnífica. El domingo 8 fue cansado, destructor, interminable y maravillosa, peligrosa, impresionantemente divertido. Tengo unas ganas de ver el resultado increíbles.
Por otro lado, el miércoles me traen el móvil nuevo.
Tengo que buscar una funda, que me conozco.
Y como colofón, es más que probable que al final pueda ir a Madrid en abril al concierto de Ghost. Seré tan inmensamente feliz. Gracias por la proposición, Aitor. Y eso que fue después de golpear repetidamente la cara. Con ganas. No había forma de que se quedasen fijos los polvos blancos.
En casa han vuelto los roces, a medias. Por lo visto, el gesto "ponerse los auriculares y encender el ipod mirando fijamente al interlocutor" hace que recordemos La Charla. Y hoy empieza de nuevo el gimnasio. Ya era hora. Más tiempo fuera de casa.
Gracias.
Creo que ese es un resumen bastante decente de casi todo lo que me ha pasado.
Bueno, no. Falta decir que llevo un trancazo del demonio; que el policía-que-da-miedo bromea conmigo y me enseña fotos de sus nietos y de él preparando una media maratón y que los demás me miran como si me fuese a romper. Soy la única en el edificio, sin contar a la limpiadora. Es un pueblo pequeño, y me parece muy triste que uno de los que están a punto de jubilarse y otro que entró el año pasado me hayan dicho "menos mal que tú quieres entrar al cuerpo, porque aquí ninguna quiere unirse; como si esto fuese un territorio vedado"; porque tienen toda la razón del mundo; es la actitud de todas las mujeres que han entrado al edificio desde que yo he llegado.
Pero el de la cafetería es majo; y hace unas napolitanas caseras que madre mía.
El jefe sigue sin aparecer; y mi ipod se está quedando sin memoria.
Ahora sí.
Toca ir al gimnasio.
¿Últimas palabras? Arquímedes: ¡No molestes a mis círculos!
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