Bienvenidos a un nuevo capítulo de "Sensasión de Bibliotekah" (musica repipi telenovelesca sonando mientras voz profunda y melosa, con marcado acento argentino, narra en off los hechos acaecidos hasta el momento).
En capítulos anteriores, vimos como nuestra protagonista, la morocha Nikkita, resultó prendada de un gaucho alto y aún más morocho que ella, con verdes auriculares y que siempre se detenía a fumar a la puerta de entrada de la Bibliotekah. Poco a poco, día tras día, Nikkita vigilaba sus movimientos, buscando el mejor momento para platicar con él -"Juro que mañana, si lo encuentro solo en la maquina de café, le dirijo la palabra", "Si lo veo solo, sin que molesten sus compadres, me detengo a conversarle"- pero no el momento no paresía llegarse jamás.
Los días pasaron, pasaron las semanas, un mes. Nikkita y sus fieles amigas, Katerina y Kaelilla, seguían en la Bibliotekah, estudiando, vigilando, esperando. La joven suspiraba y perdía el aliento por su amor que, sin saberlo, sería -según sus palabras textuales- su "futuro marido".
Pero, oh desgrasias se siernen sobre la pobre Nikkita. El morocho tiene potra, aunque, tras encontrar la manera de saber de él -a saber, averiguar su nombre, edad, falsebuk, deporte, amistades, exámenes y lugares frecuentados para festear- Nikkita no se hase atrás. Debe saber más, conseguir más.
Una noche de jarana fuerte, antisipo del fin de semana (es desir, un viernes), Nikkita y Kaelilla anduvieron de fiesta por un puesto que se desía, era lo mejor de la ciudad en verano. Y era sierto. Y, pese a la negativa de Nikkita por encontrarlo -"Kaelilla, tu sabés que él tiene jaca!"- se lo encontraron. Kaelilla propisió el primer encuentro empujando a su amiga en mitad del baile contra la espalda del mosetón -y de a poco no la incrusta en sus costillas tras atravesar la columna, porque la joven es asín de impulsiva-, pero el intento quedó en nada.
Luego, fue ella la que inisió a hablar con el amor de su amiga, hasiéndose conoser y ocultando a su vista que, Nikkita, la "stalker" enamorada de la biblioteca -puesto que el mozo las reconosió por las miradas que le seguían en la Bibliotekah- se estaba besando con un antiguo amor de DiskoteQú -que, por vueltas de la vida, resultó ser amigo del maromo objetivo-. Tras esa buena acsión de su amiga, Nikkita se deshizo del segundo e inisió a platicar con su amor.
Kaelilla se divirtió con sus amigos, conosió a gente interesante y no se preocupó más por su amiga, puesto que la vio en interesante conversasión con el jaco, que le cuenta sus visisitudes con el amor y le dise que está con la otra maracuyá por costumbre y no por pasion love baby ooh, ooh. Sin embargo, la noche no era eterna, y a la hora de volver a casa, Nikkita cometió su error fatal: aunque su amor le dijo de andar juntos para que no regresase sola, ella insistió en encontrar a su amiga, que, por otra parte, es famosa por saber desenvolverse sola y ser un gato independiente con mucha suerte a las espaldas. Cuando quiso volver a encontrar a su morocho, resultó que sus amigos se lo habían llevado far far away. Sólo quedaba esperándola su amor secundario de DiscoteQú, ese con quien sólo se había enrollado apasionadamente la semana pasada y esa noche -aunque ella afirmó que por error y por falta de cariño de un macho contra su piel-. Fue él quien la acompañó a casa, fue él quien abrió la puerta del piso y fue él quien, a la mañana siguiente, se vistió y se regresó a su casa en la otra punta de la siudad; velosmente grasias a la bicileta que ella le dejó y que devolvería el martes siguiente. El lunes, el morocho alto se hiso amigo de nuestras protagonistas, sonriéndo y parándose a saludar y sonreír todas las veses que las veía, incluso inclinasiones de cabeza. Y eso nos lleva al martes -el mismo en que el otro mozo debe devolver la bicileta-. Es desir... Hoy.
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(Fin de resumen, inicio del capítulo 1930423538538 de "Sensación de Bibliotekah")
Se llega a la Bibliotekah y sin dejar los trastos, se hace parada en la maquina del café. Nikkita compra un capuccino, Kaelilla un chocolate caliente y sin azúcar. Mientras esperan, el morocho (que ahora saben, se llama Diego Armando VIII) entra a la sala y les sonríe y saluda. Ordena un café él también mientras ellas, tras dar los buenos días, salen al sol, con sus bebidas, decidiendo el puesto en que se sentarán dentro de la Bibliotekah. Él, a tres-cuatro metros, bebe su café y fuma lentamente, mirándolas y sonriendo cada vez que una mira en su dirección (lo que se resume en que casi siempre es Nikkita).
Luego ellas entran, buscan asiento y lo encuentran en un lugar poco habitual para ellas; al fondo izquierda. Oh, sorpresa, sorpresa, él se sienta en el fondo centro, en mesa individual. Cuando, tras 40 minutos, ellas encuentran por casualidad un puesto más normal y cómodo -uno al que están más acostumbradas- en el pasillo derecho, él les observa descaradamente alejarse (¿Quizá estudiando sus culos, como buen italiano que se precie?). Luego, tras otra medio hora, una de las muchachas que están en las mesas individuales cercanas a la pareja de amigas (sitio donde habitualmente se sienta el gaucho) se marcha, y él se percata. Pero es la hora de la comida, así que recoge sus cosas, y se marcha. Nikkita rápidamente va a observar su dirección y prueba a discernir su lugar de destino -¿Por qué ha recogido todo?, se pregunta la morochita-, pero lo pierde. Regresa a su mesa con su amiga, y Kaelilla la interroga con la mirada.
"Yo creo que se ha ido a comer y luego, como piensa cambiarse de sitio, volverá. Por eso ha cogido todos los trastos, porque se va a mover de sitio... ¡Diego Armando VIII, no me dejes!"
Una suposición pausible y muy posible que tendrá que esperar al siguiente episodio de "Sensación de Bibliotekah" para averiguar si nuestra protagonista tiene razón o no y si su súplica desgarradora surte efecto.
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