martes, 13 de noviembre de 2012
Golondrinas al vuelo
"-Ya veo que estás en lo cierto. Que he sido un engaño. Que soy nada, un puñado de polvo en el viento. Los remordimientos por ello me persiguen. Quería ser una brisa que te acariciara, pero fui un vendaval que te intentó arrastrar por el camino que yo quería. Siento haberte engañado, hermano.
-Sin embargo, sigo aquí. No pudiste arrebatarme ni mi fuerza, ni mi tiempo. Ni mi libertad. Ni la sangre de mis venas ni la vida que me queda.
-Te salvó la tozudez, no te creas.
-Siempre te dije que, para mí, la vida no es nada si se pierde la libertad. Si me encadenan de pies, cuello y manos, me arrancan las alas y silencian mi voz... ¿Qué queda? ¿De qué serviría ser un ave, entonces?
-¡No puedes reprocharle nada! ¡Tú siempre has sido un gato!
-Sí, siempre he sido ese gato negro al que tirabais piedras, el gato negro de ojos amarillos al que queríais quemar en la hoguera, cortar el rabo, las orejas, los bigotes, las uñas. ¿Y por qué? Porque envidiabais la libertad que yo ostentaba. Por eso le he reprochado haber intentado llevarme a una trampa. Él sabía que me daría cuenta.
-Sí, lo sabía. ¿Y qué? ¡Era su misión, debía cumplirla!
-¿Debía? ¿Acaso no podía elegir?
-No, no puedo. Renuncié a ello para ser aceptado, ¿tú no?
-En ese caso, recuerda que tienes que vivir contigo todos los días. Y púdrete hasta la muerte, porque tu conciencia sabe que siempre se puede elegir."
(...)
La Trinidad de los Asesinos pasa por una crisis.
Que "el Puñal" actúe. Que se vuelva su sombra, que su cuchillo rasgue la noche, que vierta la sangre de los tres. Que "el Gato", "el Cuervo" y "la Araña" se vuelvan recuerdo, ¡menos que eso!
(...)
Golondrina alza los ojos, le tiembla el pulso.
El Maestro le sonríe.
-¿Sucede algo, aprendiza?
Las manos de la muchacha aprietan los dedos. La sangre resbala desde sus labios hasta el suelo, y los cabellos negros están empapados de sangre y sudor. La ceniza le ha dejado surcos grises en la mejilla, los cardenales empiezan a verse sobre su piel.
En su interior, recuerda las voces. Estaba escondida, tan escondida que ni ellos la vieron. Ellos, los encapuchados de rojo, los que tenían una serpiente pintada en la espalda. Los que mataron al hombre que hablaba de gatos y libertad, de reproches y trampas. El de la voz bien modulada y barba cana.
Recuerda el fuego que arrasó la casa, del que escapó por poco. Y aún así, no la vieron.
No ha llegado hasta allí por nada, no. Ahora no puede rendirse. Tan cerca de su objetivo.
Tan cerca del final.
Superaría la prueba. Podía aguantar más golpes, más heridas. Podía hacerlo.
Los ojos grises de su Maestro le acucian.
-¿Y bien, muchacha?
Un ojo marrón y otro gris se clavan en él. A pesar del cansancio, de llevar horas de lucha, llevando a cabo su examen (¡su último examen!), la voz sale firme.
-Nada.
-Pelea, entonces. Recuerda que te va la vida en...
El puñal -el hombre no ve cómo la joven esquiva su guardia y se mete en su círculo vital- se apoya en su nuez de Adán. Golondrina sonríe.
-Estáis muerto, Maestro.
La respiración es agitada, esperando el juicio de su mentor. Sin cambiar la postura, sin mover un músculo.
Espera el veredicto. ¿Lo habrá conseguido?
¿Habrá aprobado? ¿Será ya "la Golondrina", será ya miembro del Gremio?
Sus ojos relampaguean... En su interior, está convencida que sí. Que ya es una Asesina.
Historias que surgen de borrachera.
Historias que crecen a la hora de la siesta.
Echo de menos mi patria.
Mi patria, que es mi familia.
Echo de menos a los amigos.
Y sobretodo, esa familia estúpida que está tan lejos de mí...
Somos una triqueta. Indivisibles. Invencibles.
Menos mal que he podido robar wi-fi a la estación de tren para escribir esto.
Lo necesitaba.
Dicen que las esfinges son de piedra. Pues entonces, mi corazón de piedra os añora. Muchísimo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario