martes, 2 de diciembre de 2014

Tocar el cielo

Desde hace una temporada, se puede decir que vivo en el monte con mi tía, su novio, dos perros, un gato, seis más asilvestrados y que no se dejan tocar,visitas ocasionales de un jabalí, visitas cada dos días de mi abuelo, y visitados los domingos por mi abuelo, su mujer y unos amigos; y de vez en cuando, amigos nuestros que pasan el fin de semana con nosotros.

Así que, entre paseo por la montaña y recogida de leña para la chimenea, hay partidas de chinchón, chatos de vino, torràs, los mejores macarrones con tomate casero del mundo, migas de harina, curas a las patas del perro grande, empanadas argentinas, fotos al paisaje, chaquetas viejas, dominó, estudio, ganchillo, dibujo y lecturas, tenemos charlas, muchas risas y más charlas. Especialmente si diluvia.

Como el domingo pasado, que estuvimos hablando muchísimo.
Y el resultado es que, a partir del puente de la Purísima, mi tía y yo vamos a decorar la casa de Navidad. No por nosotras, hay un mal recuerdo que no nos hace disfrutar especialmente estas fiestas. Pero por ese recuerdo. Porque hablando y hablando, ella me preguntó si recordaba lo mucho que a mi abuela -su madre- le gustaba decorar todo de Navidad. Y como en mi casa de mi abuela no se habla, aproveché para hacer memoria.
Y acabamos las dos medio llorando y sonriendo. Porque en la sala del hospital estábamos las dos. Hace 17 años, allí estábamos. Y mi abuela nos hizo prometer que ese año, decoraríamos su casa aunque ella estuviera ingresada. Y lo hicimos, y decoramos el cuarto aséptico e impersonal del hospital.


Y aquí estamos. Leyendo temas de Penal para un examen a la vez que hago estrellas de ganchillo para decorar puertas y árbol.
Nunca se pierde un recuerdo. Podremos no llegar a él, no identificarlo en el océano de la mente, pero no nos abandona. Como la esperanza.

En primavera, sembraremos claveles. Como los tuyos, iaia.
Esperanza.
Qué bonito nombre el tuyo.